Donde la altura se convierte en lenguaje.

 

Hay lugares que no se eligen al azar.

Gualtallary no es solo un origen: es un manifiesto natural que define el carácter de nuestros vinos.

 

Ubicado en el corazón de Tupungato, Valle de Uco, este distrito representa hoy uno de los terroirs más extraordinarios del país. En él confluyen la altitud —más de 1.300 metros sobre el nivel del mar—, suelos de origen aluvial pobres en materia orgánica y una amplitud térmica que moldea, con paciencia, el ritmo de maduración. Cada elemento del entorno compone un equilibrio que solo se alcanza en los márgenes: luz intensa, aire limpio, agua de deshielo y suelos pedregosos que exigen a la vid profundizar sus raíces en busca de sustento.

 

El clima frío —Winkler II—, los suelos calcáreos con excelente drenaje y la escasa lluvia provocan un estrés controlado en la planta, que responde con uvas concentradas, acidez natural, perfumes profundos y taninos firmes. Aquí, la maduración es lenta. El tiempo no se impone: acompaña.

 

Pero Gualtallary no se comprende solo desde lo agronómico. Se vive como una experiencia física. Quien camina sus laderas siente la delgadez del aire, la intensidad de la luz, el silencio mineral que se posa en la piel.

 

Es un lugar que exige pausa, contemplación, escucha.

Allí nacen nuestros vinos, como pequeñas síntesis de un ecosistema extremo y armónico. Como paisajes que se expresan con voz propia.